26 ene 2014

En la gran ciudad

Anoche gracias a una concatenación de hechos que no vienen al caso, aunque más bien gracias a que a mi caótica mente de vez en cuando le gusta ir dos pasos por delante de la realidad, sin importar lo más mínimo si se trata de un buen camino a seguir o no, reuní los ingredientes para crear una historia en esencia ficticia aunque con trocitos de realidad que me apetecía contar. Si por alguna extraña razón que nadie alcanzaría a comprender te decides a seguir leyendo esto, ponte cómodo/a, literalmente. 

Allá va:



Allí estaba yo, es decir  vuestro narrador, al fin frente a ella, manteniendo una conversación distendida acerca de algo que ya ni recuerdo.

 Tras unas semanas de correspondencia a través de correos electrónicos, conversaciones  telefónicas más dilatadas de lo previsto y charlas por whatsapp intercaladas con imágenes que nos intercambiamos, un buen día confluyeron las circunstancias para que nuestro primer encuentro real se produjera.

Hacía ya horas que la noche era cerrada, acabábamos de cenar en un bar moderno por la zona, poca cosa, habíamos compartido tanto el plato principal como el postre. Estábamos sentados en un banco en una concurrida plaza del centro de la gran ciudad, llena de vida a cualquier hora del día y de la noche; se veía pasear a gente de todo tipo: ejecutivos pegados a su teléfono móvil, familias paseando a sus bebés en carritos, mimos o mendigos entre otros.

Aunque en aquella ocasión, a diferencia de otras, aquel ambiente tan heterogéneo no era el foco de mi atención sino simplemente un telón de fondo. No me sentía cohibido para nada frente a ella, sensación que hacía mucho que no sentía frente a una chica de edad similar a la mía.

Conversábamos libremente, sin tapujos y con una naturalidad total, las palabras fluían sin esfuerzo. De vez en cuando se producían pausas, no eran cortas ni demasiado prolongadas, siempre surgía algo más que decir a continuación, aunque debo decir que los instantes de silencio me resultaban tan agradables como escuchar su voz.

El tiempo parecía fluir por un universo paralelo al que nos hallábamos nosotros dos en esos momentos. La conversación parecía querer prolongarse hasta el infinito sin perder un ápice de frescura  y espontaneidad.

Nos habíamos sentado muy cerca el uno del otro, tanto es así que mientras ella hablaba, de vez en cuando podía sentir como el perfume de sus cabellos castaños y rizados llegaba a mí tenue pero claramente, incluso podía sentir muy débilmente ese aroma indefinido de su aliento, despertando mi curiosidad.

A pesar de no ser muy expresiva, entre diálogos pude percibir en ella algunos gestos como sutiles sonrisas o formas de mirar que indicaban que se sentía relajada e interesada en mí y la sensación era mutua.

En un momento cualquiera me estaba hablando de algo en lo que ella estaba interesada, nuestras miradas eran sostenidas y profundas cuando de pronto mi capacidad de atención por lo que decía desapareció por completo y sin saber cómo nuestras bocas se encontraron. El deseo fluía intensamente a través de nuestros labios, yo  besaba suavemente su labio inferior, ella buscaba mi lengua con la suya. Al mismo tiempo, las yemas de mis dedos acariciaban su cara, tan suave, explorando por primera vez aquella geografía femenina que tan agradable me resultaba. Ella recorría mi cuello con sus manos, sus caricias me hicieron olvidar todo lo malo en un instante. No tengo ni idea de cuánto duró aquel beso.

Cuando separamos nuestros labios y volvimos a abrir los ojos, nos sonreímos mutuamente y en seguida surgió un segundo beso, más intenso aun si cabe. Esta vez nos exploramos las bocas más meticulosamente el uno al otro, nuestras lenguas contactaron intensamente mientras mis manos se paseaban por su pelo, cara y cuello, abarcando cada vez más terreno, apretando suavemente su cara contra la mía sin parar de acariciarle, al mismo tiempo que ella me rodeaba con sus brazos tratando de buscar también más superficie para rozar con sus dedos.

Sin dejar de acariciarnos, decidí en un momento cualquiera apartar ligeramente mi boca de la suya, para empezar a recorrer con la mía otras partes de ella. Rocé con mis labios una de sus mejillas por unos segundos, sentir su respiración en mi cara me parecía embelesador. Me paseé por su labio inferior mojándolo suavemente con mucha saliva mientras mi nariz se metió en su boca y pude respirar todo su aliento que tanto había deseado instantes atrás. Ella seguía acariciándome la cara y el cuello cada vez apretando un poco más, podía sentir su intenso deseo y viceversa.  La siguiente parada fue su barbilla la cual mordisqueé muy suave para viajar acto seguido hacia su cuello.

Sus manos me presionaban hacia ella, deseando que prosiguiera con el recorrido mientras mi boca estaba en contacto ya con el lateral de su cuello alternando chupetones con lengüetazos, embriagándome a la vez con todo su aroma intenso, su perfume mezclado con su olor corporal que no hacía sino alimentar mi deseo. Pude sentir en esos momentos como su boca mordía levemente el lóbulo de mi oreja tratando de explorar ella también nuevos territorios.

Al mismo tiempo que mi boca paseaba ya por su nuca, una de mis manos decidió empezar a bajar por sus laterales, acariciándola firmemente pero sin apretarla por encima de su fino vestido para parar en su cintura y empujarla suavemente hacia mí. En ese momento sentí como su cara se giraba para buscar mi boca acariciando mi cuello y dirigiendo mi boca hacia la suya. Nos dimos otro beso apasionado, presionándonos con fuerza el uno hacia el otro.

En un lapso en el que la intensidad del beso se suavizó aproveché para pasear mis dedos por sus caderas y uno de sus muslos deslizándome por la tela de su vestido para llegar donde acababa éste, esto es unos centímetros por encima de su rodilla, allí detuve las yemas de mis dedos por un instante, para seguidamente empezar a trazar pequeñas caricias muy suaves abarcando su rodilla y alrededores.

Sin darme cuenta al cabo de unos segundos ya estaba acariciándole el gemelo con la mano extendida, palpando su refinada y suave curvatura, con un gesto espontáneo cogí con cuidado su pierna y la coloqué entre mis muslos para incrementar más el contacto mutuo. Ella respondió apretándome fuerte hacia sus labios con los dedos metidos en mi cabello y dándome el beso más profundo que me había regalado hasta aquel momento, indicándome claramente su deseo de querer más de mí.

Durante el transcurso de aquel beso, una de sus manos logró colarse por debajo de mi camisa, podía sentir como sus dedos y la palma de su mano me acariciaban el vientre mientras mi mano empezaba a explorar uno de sus muslos avanzando sutilmente bajo su vestido, entonces empecé a percibir muy leves gemidos suyos, enmascarados por su relajada respiración en medio de aquel interminable beso que me invitaba a seguir avanzando.

Mi mano ya había avanzado hasta la mitad de su muslo o quizá más describiendo círculos y vaivenes en su acogedora superficie, entonces decidí cambiar el rumbo y me dirigí hacia el interior de su muslo, deslizando mis dedos hasta notar el calor de sus dos piernas al mismo tiempo. En esos momentos ella separó involuntariamente su boca de la mía y dejó escapar un gemido corto pero claramente perceptible, al tiempo que sus caricias ya me llegaban hasta el pecho bajo la camisa. Busqué su labio inferior para besarlo, lo cual desembocó en otro beso profundo aunque esta vez más corto que los anteriores, tras el cual ella se dirigió a mi oreja y susurrándome me propuso que nos fuéramos ya.

El gentío de la gran ciudad nos proporcionaba el anonimato necesario como para que nuestros gestos afectivos hubiesen pasado completamente desapercibidos aun estando a merced de la mirada de cualquier transeúnte. Al fin y al cabo era lo que deseábamos: intimidad.

La cogí de la mano y nos pusimos en pie, nos miramos a los ojos y le di un beso con lengua corto y provocativo, tratando de aumentar un poco más su deseo antes de empezar a caminar. Me encontraba como en una nube, sensación que hacía mucho tiempo que no vivía, las expectativas de saber cómo transcurriría el resto de la noche creaban una deliciosa tensión que parecía palparse en todo nuestro alrededor. Caminando nos mezclamos con la muchedumbre, como si fuéramos dos maniquíes más entre millones, eso sí, rebosantes de deseo por conocernos más a fondo el uno al otro…




Como puedes comprobar estimado visitante, esta historia no tiene un final definido, lo dejo abierto para que cada cual si quiere concluya la historia como más le guste, las posibilidades son infinitas y solo están condicionadas por los límites que le pongamos a la imaginación. ¿Te atreves a continuar? 

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