9 dic 2014

Prisioneros de nuestra condición

Somos prisioneros de nuestra condición. 
El hecho de encerrar a un pájaro en una jaula no le despoja de su condición de ave, este tratará siempre de volar libre por más constreñido que se encuentre, hasta su muerte.

Lo mismo ocurre con las personas, los instintos básicos afloran cuando deben hacerlo, pero a diferencia de los animales nosotros tenemos, en mayor o menor medida la capacidad de reprimirlos o por lo menos la habilidad de enmascarar aquello que nos pasa por dentro mediante una falsa apariencia.

La medida y las formas en que hacemos uso de esa habilidad dependen fundamentalmente del contexto en que hemos sido educados.

La ética y la moralidad son conceptos concebidos en gran parte de maneras distintas, muchas veces incluso opuestas por las distintas religiones y sociedades que nos rodean. Es por tanto un hecho puramente circunstancial la pertenencia a una determinada religión o a una sociedad con unas costumbres concretas.

La única enseñanza válida es aquella que está basada en los valores universales, y no en interpretaciones personales o circunstanciales que puedan dar lugar a cualquier tipo de discriminación.

Solo de este modo podremos formarnos como personas libres, entendiendo la libertad como la posesión de un criterio propio y basado en los valores universales. 

Es este el único modo en que se puede basar la formulación de un código ético que sea justo para todos y lo menos represivo posible.

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