4 ago 2014

Otra cara de los festivales

Benicàssim (Benicasim en castellano) es un municipio de la costa castellonense que vive del turismo.  Hoy tiene un censo de unos 18.000 habitantes, aunque en verano esa cifra ronda los 60.000.

El municipio acoge también en verano varios festivales musicales, el más célebre de ellos el FIB desde hace ya 20 años. En esta última  edición 120.000 personas, británcos mayormente, han pagado las entradas del festival, comido, bebido en grandes cantidades, comprado y quedado alojados en Benicàssim.

Todo ello ha generado unos 1000 puestos directos de trabajo y una ocupación hotelera del 98%. De estos festivales y del turismo estival vive y crece la población. Durante los días festivaleros la fiesta es continua, la música resuena a kilómetros de los escenarios y los visitantes invaden como una marabunta todo el núcleo urbano, así todos los veranos.
 Hasta aquí a simple vista, aun pudiendo matizar algunas cosas, son todo facetas positivas para el municipio.

Existe sin embargo una realidad desconocida excepto para quien vive por la zona, un tabú en los medios de comunicación porque se trata de algo feo que ahuyentaría el turismo.
Cuando acaban los festivales y todos los visitantes abandonan la población, dejan tras de sí un rastro de toneladas de basura en las playas del municipio y sobretodo en el recinto de acampada de los festivales.

En el primero de los lugares los efectivos de limpieza actúan con gran eficiencia todos los días antes de la salida del sol, a base de horas extra esos días de extraordinaria afluencia dejan las playas prácticamente impecables para que los que disfrutan de sus vacaciones en nuestras playas, (la mayoría madrileños), permanezcan ajenos a la existencia de montañas de basura en el municipio, porque la fachada e imagen de Benicasim es la playa.

Sin embargo las zonas de acampada, situadas a las espaldas de Benicasim y apartadas del bullicio de los veraneantes se convierten de la noche a la mañana en vertederos donde subsisten los festivaleros entre todo tipo de residuos que ellos mismos abandonan ante la casi inexistencia de contenedores en esos recintos.

Cuando acaba la fiesta, a quien como un servidor, se le ocurra darse una vuelta por aquellos lugares encontrará deshechos de muy diversa índole tales como tiendas de campaña, la mayoría de ellas rotas y sin posibilidad de reutilización, todo tipo de utensilios de plástico, restos de comida incluso dentro de sus envases sin abrir, ropa interior, compresas, preservativos usados incluso excrementos humanos, entre otras muchas cosas. Todo ello reitero, ante la ausencia prácticamente total de contenedores en el lugar, pues solo localizamos 2 este año, y uno de ellos estaba volcado.


Quizá lo peor de esto es que la brisas marinas, presentes a diario en verano por estos lares, arrastran bolsas de plástico y otros desperdicios y se los llevan a zonas próximas a nuestro paraje natural del Desert de les Palmes, una pequeña cadena montañosa, espacio natural pulmón de la zona, muy apreciado por aquellos que disfrutamos de sus rincones o simplemente una imagen a modo de fondo de escritorio según a quien se pregunte. En cualquier caso la basura que vuela fuera de zonas urbanas nadie la recoge.

La carencia de contenedores y medios para evitar que grandes extensiones de suelo acaben alfombradas con basura año tras año es una declaración explícita de que al ayuntamiento y al gobierno local no les interesa ni les ha interesado lo más mínimo el asunto de la contaminación. Ello unido a la falta de civismo de algunos acampados hacen que el problema persista indefinidamente sin solución.


Parece que nadie le importe el respeto hacia el lugar


¿Cuanto de lo aquí expuesto es extrapolable a cualquiera de los numerosos festivales que se celebran en nuestra piel de toro durante el verano? Estoy seguro de que mucho. ¿Como gestionan los residuos en otros países más avanzados que el nuestro? cabría preguntarse...

Con todo esto no me estoy posicionando en contra de ningún festival ni mucho menos, pues es motivo de orgullo que por Benicasim hayan pasado grupos musicales de primer orden mundial, pero determinadas cosas se deben hacer de forma distinta. Un festival puede ser entre otras cosas un referente en cuanto a gestión eficiente de deshechos, rodeándose de gente capacitada se puede difundir este mensaje como un valor añadido a los que ya tenga de por sí el evento dándole la vuelta a la tortilla: lo que ahora se considera gasto puede ser una inversión desde otro punto de vista.

Está clarísimo que si estos hechos tuvieran la décima parte de la difusión que merecen, gobierno y ayuntamientos, los responsables directos por omisión de este lamentable espectáculo oculto para la mayoría, tomarían medidas para intentar subsanar esta falta de civismo.

Probablemente esto no devenga en el más mínimo cambio, pero al menos pienso que debe quedar constancia de la opinión mayoritariamente compartida por aquellos que conocemos esta otra faceta menos agradable de los festivales.