2 ene 2014

Breve relato nocturno

Nos conocimos durante muchos años, llegó a convertirse en  uno de mis mejores amigos y confidentes. Solíamos salir juntos ya desde la ingenua infancia.

Entre sus cualidades destacaría la bondad, el desinterés y la simpatía, por el contrario, tenía un defecto a menudo imposible de pasar por alto: Las continuas exaltaciones de su ego debidas a la falta de autoestima.

Mi amigo nació con una peculiar condición: Tendencia a la esfericidad, una patología cuyo principal síntoma consiste en la progresiva evolución volumétrica hacia dicha geometría. Le fue diagnosticada a los 3 años. Su origen se desconoce, no hay evidencias de que se trate de  herencia genética ni de que afecte especialmente a ningún grupo de población. Se trata de una mutación morfológica, el volumen corporal total no cambia, lo hace solo la forma. No causa dolor alguno y los afectados pueden llevar una vida bastante normal hasta llegar a estadios avanzados.

Los primeros síntomas comenzaron a manifestarse durante la pubertad. Recuerdo un día ya lejano en el que percibí en él un ligerísimo acortamiento de las extremidades, me acerqué  y le pregunté si le ocurría algo en los brazos y piernas; fue entonces cuando me lo contó todo acerca de su estado del cual no sabía nada hasta entonces.

Tras la confesión y haciendo gala de un esfuerzo impropio en él, consiguió aparcar por un momento su ego para preguntarme si estaría a su lado en un futuro en el que su esfericidad fuera más que evidente, el cual se le antojaba muy próximo.

Le contesté que sí, como no podía ser de otra forma; traté de hacerle reflexionar contándole que la tendencia a la esfericidad no es algo tan fuera de lo común, que peor lo tenían las personas con tendencia hacia formas triangulares, mucho peor aquellas con tendencia hacia formas lineales, y de las que acababan convirtiéndose en banda de Moebius ya ni hablamos.

Pero el complejo de inferioridad de mi amigo estaba principalmente cimentado en la envidia que tenía hacia los individuos morfológicamente cuadrados o cúbicos, ese pensamiento devino obsesivo para él durante aquellos años.

Solía encerrarse a diario en su habitación escribiendo relatos cortos donde saciaba su deseo ególatra, en los que él era el protagonista y poseía unos superpoderes totalmente exagerados e irreales. En aquella época era lo único que hacía que su arrogancia se disipara y le devolvía la lucidez por breves períodos mientras su esfericidad avanzaba lenta pero constantemente.

Un día, sus ansias de destacar por encima de los demás le hicieron permanecer la noche entera en vela ideando un nuevo código de comunicación. Pensaba que sería la solución definitiva a grandes problemas de la humanidad como el hambre, la superpoblación o los pistachos que se quedan dentro de su cáscara.

Recuerdo perfectamente el día, no hace mucho, en que por fin me reveló lo que hasta entonces había sido según él su mayor y mejor creación. Estábamos tomando un café a media mañana, su patología estaba avanzada hasta el punto de que sus brazos y piernas se habían encogido hasta reducirse a la mitad de lo que eran unos años atrás y su cuerpo se había redondeado notablemente. Empezaba a tener dificultades para caminar e incluso para coger la taza de café pero su malestar derivaba exclusivamente de su retorcida mente.

A mitad café me confesó el ansiado secreto: Se trataba de un nuevo lenguaje escrito universal, me dijo que aun estaba trabajando en la fonética y que yo sería el primero en conocerlo dado que me tenía en muy buena consideración y daba por hecho que no le iba a juzgar basándome en prejuicios geométricos.

Me contó que se trataba de un código muy sintético el cual conservaría la letra W del alfabeto castellano, dado que se trata de la letra menos utilizada. El resto de letras serían sustituidas por un símbolo, que no podía ser otro que un cuadrado, que para él simbolizaba la perfección del género humano. Para finalizar me dijo que incluso todos los signos ortográficos y los espacios serían sustituidos por cuadrados porque había que llevar la síntesis y la perfección lo más lejos posible.

Tras su revelación le miré a los ojos por unos segundos, su mirada era firme, estaba tan convencido de sí mismo que no me atreví a hacer ninguna objeción al respecto, simplemente incliné la cabeza asintiendo en un gesto de complicidad hacia mi congénere.

Meses después y muy avanzada su condición geométrica de esfera, haciendo caso omiso de los médicos que le prohibieron que anduviera por terreno que no fuera completamente llano, se fue de viaje unas semanas a practicar escalada. Desde allí me envió una carta en su nuevo lenguaje que transcribo aquí:

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Tres días después de escribirme la carta, mi amigo se hallaba en la arista de una alta montaña cuando una ráfaga de viento le empujó y cayó al vacío, empezando a rodar ladera abajo totalmente a merced de la gravedad sin poder frenarse con nada dado que sus extremidades eran ya casi inexistentes.

La mala fortuna hizo que cayera dentro de un pozo cuadrado y quedara atrapado en él. No murió por los golpes ni de inanición, sino por intoxicación al lamer las paredes oxidadas del pozo. No pudieron sacar su cuerpo dado que es imposible rodear una esfera con cuerdas sin que éstas se desplacen hacia un lado y se desprendan.

Cada vez que leo la carta me invade un torrente de emociones contradictorias, no puedo negar que echo de menos su paranoia cuadrilátera. Supongo que todos tenemos predilecciones absurdas y patologías imaginarias con las que debemos convivir a diario, pero nunca deberíamos llegar a caer en los pozos de nuestros propios complejos.

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